Cuando ya no es sorpresa: inundaciones, cambio climático y la urgencia de un giro estructural

Las imágenes y testimonios que llegan desde zonas como Zárate, Campana y Bahía Blanca son demasiado elocuentes: lluvias devastadoras, calles que se convierten en ríos, familias evacuadas, pérdidas materiales, sufrimiento y sorpresa colectiva. Pero como bien advierte la crónica de la inundación, lo que muchos llaman “catástrofe inesperada” tiene, en gran parte, raíces profundas en decisiones ausentes, en negligencias urbanísticas y en una mirada ciega frente a la crisis climática

Este no es un problema local ni aislado: se inscribe en una tendencia general de fenómenos meteorológicos extremos cada vez más intensos, frecuentes y destructivos en nuestro país. Así lo documenta la organización FARN, que advierte que la combinación de lluvias torrenciales, deficiente infraestructura hídrica, falta de planificación territorial y la inacción frente al cambio climático, se traducen en tragedias evitables. 

Para nosotros, esta realidad no puede naturalizarse. Al contrario: debe impulsarnos a reflexionar, a organizarnos, a exigir políticas públicas coherentes y a reimaginar ciudades y territorios resilientes.

¿Por qué ya no podemos sorprendernos?

Cambio climático + presión territorial = desastre previsible

Los informes internacionales alertan que eventos como inundaciones, sequías, olas de calor e incendios ya no son “extraordinarios”, sino más frecuentes e intensos. En Argentina, esas señales se traducen en lluvias torrenciales que desbordan ríos, desarman barrios construidos sobre humedales, anegan zonas bajas y expulsan comunidades enteras.

Falta de planificación estructural

Gran parte de las zonas afectadas combinan suelos vulnerables, desarrollo urbano poco regulado y ausencia de infraestructura eficaz de drenaje o sistemas de alerta. La consecuencia es que cada lluvia fuerte puede transformarse en un desastre social, económico y ambiental.

La inacción como política de Estado

Más allá de la magnitud del fenómeno climático, la repetición de catástrofes revela una carencia persistente: no se prioriza el ambiente ni se destinan recursos adecuados para adaptación, prevención o mitigación. Como señala FARN, la escasa inversión estatal en infraestructura hídrica y resiliencia no puede explicarse solo por falta de fondos, sino por ausencia de voluntad política.

¿Qué podemos hacer y por qué actuar ahora es urgente?

En Consciente Colectivo creemos que este tipo de eventos no deben interpretarse como “actos de la naturaleza” sino como resultados de decisiones humanas: dónde se construye, cómo se regula el suelo, qué tipo de infraestructura tenemos, qué prioridades tiene el Estado. Por eso proponemos:

  • Exigir una planificación urbana con perspectiva ambiental y climática: suelos adecuados, regulación de humedales, infraestructura de drenaje, espacios verdes, normas claras.
  • Promover la educación comunitaria y conciencia colectiva sobre riesgos climáticos, previsión y construcción sostenible.
  • Impulsar políticas públicas de adaptación y resiliencia, que contemplen alertas tempranas, presupuestos reales, participación ciudadana.
  • Fomentar un cambio cultural: entender que nuestras ciudades y territorios no son neutros; sus formas responden a decisiones y prioridades.

No podemos seguir reaccionando. No podemos esperar a que la próxima tormenta arrase con hogares, escuelas, barrios enteros. Es hora de pasar de la sorpresa al cuestionamiento, de la indignación a la organización. Desde Consciente Colectivo invitamos a la comunidad, a otras organizaciones y a quienes aún dudan, a reflexionar: ¿qué tipo de ciudad queremos para el futuro? ¿Estamos dispuestos a hacer transformaciones profundas y estructurales?

Porque cada inundación, cada evacuación, cada vida afectada no es un hecho aislado, es una señal urgente de que el cambio climático ya está ente nosotros y nuestra acción no puede seguir siendo opcional.